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EL CUENTO DE UNA VIOLACIÓN

Grabado de Gustavo Doré

(El relato ficticio de un hecho real)


Erase una vez una niña anónima que vivía aislada en un bosque, junto a sus padres y su abuela, que lo hacía en una cabaña cercana. La visitaban cada semana y le llevaban los alimentos. A veces la niña pasaba alguna temporada  con ella, cuando sus padres tenía que emigrar en busca de un jornal. 

La niña tenía como amigos a los animales que habitaban el lugar,  aprendió a comunicarse con ellos , a comprender el trinar de los pájaros, a distinguir los aromas y los colores, a amar al prójimo, a amar la tierra y a confiar en la amistad, como la que le brindaba un lobo solitario, que la acompañaba constantemente y la protegía de cualquier peligro que la acechara, a veces arriesgando su propia vida, entrando en zonas donde le perseguían los humanos, para asesinarle y lucir su cadáver como “trofeo de caza”.

La niña iba creciendo, al  mismo tiempo que su madre, agotada por el trabajo, cayó enferma y la fue sustituyendo en las tareas domésticas, hasta que un día la madre, discapacitada por la enfermedad, no pudo levantarse, ya no podía andar la distancia de apenas dos kilómetros que la separaban de la cabaña de la abuela y mandó a su hija sola a visitarla y llevarle la comida, advirtiéndole de los múltiples peligros que podría encontrar en el camino y darle toda suerte de consejos.

Y así es como un amanecer emprendió el camino, y cerca de ella su amigo el lobo que, como siempre,  la observaba atentamente, por si había que acudir en su ayuda  y se entretuvo recogiendo flores y plantas que sabía que su abuela necesitaba, cantando entre la maleza y silbando, para sumarse al trinar de los pájaros a primeras horas de la mañana. Olvidó pronto las recomendaciones de su madre, de andar deprisa, sin hacer ruido, evitando los espacios abiertos, protegerse entre los arboles, para no ser vista  por los cazadores que merodeaban por la zona, con tal suerte que llamó la atención de uno de ellos. 

El malvado cazador no prestó atención al lobo, que era lo que buscaba. Cambió de presa y urdió un plan. Esperaría a la niña en la cabaña, a la que conducía el estrecho camino por el que andaba la niña, con una cesta de comida y un ramo de flores frescas en la mano, tenía que alejarse del lugar ya que corría el riesgo de que los gritos de su presa, cuando la asaltara,  alertaran a otros cazadores, que al igual que él habían venido al bosque a cazar lobos y pocos de ellos sabían de la existencia de la cabaña y menos de la niña, en un paraje tan aislado. 

Cuando el cazador llegó a la cabaña encontró a una anciana amable,  que le acogió porque dijo ir herido. Una vez dentro es cuando la abuela comprendió el peligro que acechaba a su nieta si cuando llegara ese malvado abusara de ella, había que evitarlo y se enzarzó en una discusión en la que no faltaron las amenazas de denunciarlo si algo malo sucedía, hubo tantos gritos y tantas amenazas que los ecos llegaron hasta los oídos del lobo. Cuando la anciana levantó su débil brazo, sujetando una rama, dispuesta a dar la vida por su nieta para salvarla de las garras de ese depredador, cuando casi sin fuerzas, ante un hombre armado, levantó el brazo, de un golpe  el cazador acabó con su vida justo cuando el lobo empujaba la puerta y se abalanzaba sobre él, le faltaron segundos para evitar el asesinato, recibiendo un certero disparo en el corazón y murió en el acto, un poco después la niña llegó corriendo, alarmada por es estruendo del disparo que oyó cercano.

Encontró al cazador disfrazado con las ropas de la abuela, invitándola  a meterse en la cama con ella, para acariciarla y quererla, quitando importancia a su propio aspecto que achacaba a su salud y a su tristeza, porque pronto moriría.  La niña rompió a llorar y, en un impulso, se abrazó a quien ella veía como su abuela  y lo que empezó con un abrazo amoroso  se convirtió, de repente, en un infierno, estaba en los brazos de un hombre babeando y jadeando.

Contar los detalles de una violación no es relevante para el relato, pero si cabe dejar testimonio de que la niña sufrió tanto que murió ese mismo día, solo permaneció en la tierra su cuerpo, callada para siempre, no volvió a articular palabra, ni pudo silbar junto a los pájaros y jamás encontró un amigo entre los seres humanos. 

Otros cazadores oyeron el disparo y también acudieron a la cabaña, encontrando allí el cadáver de la abuela , a la niña aterrorizada, con sangre en la ropa corriéndole por las piernas, no le prestaron atención, y ante ellos el cazador exhibiendo el cuerpo sin vida del lobo como “trofeo de caza” y contó que le iba siguiendo pero que no le dio tiempo a evitar que el lobo descuartizara a la abuela, pero si pudo salvar a la niña de una muerte segura. 


A la niña la encerraron en un manicomio para siempre, donde la cuidó hasta el día de su muerte una mujer que conocí, la única persona que pudo escuchar su voz, cuando a punto de dejar este mundo, le contó lo sucedido.  Me dijo que entre sus cosas encontraron un mechón de pelo de lobo. En el cuento la llamaban “Caperucita”

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