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EL CISNE DE PAPÁ (cuento)

Cuento del cisne de papá.


Cuando tu papá era chico, muy chico aún, le regalaron un pollito amarillo, su primer plumaje. Se lo pusieron en sus pequeñas manos que temblorosas lo acogieron  y el pollito se acurrucó en ellas, se refugió de su miedo y al rato estaba dormido.


Papá lo mantuvo un rato tranquilo y le intentó dar de comer. Prometió hacerse cargo de sus cuidados y nos lo  llevamos a casa. Una vez allí le dimos su espacio, fuera de la habitación porque no era un peluche. Los tres primeros días presiento que fueron un tormento para el pollito que ya tenía su nombre propio “pollito”; a todas horas lo cogía para introducirlo en sus juegos, lo colocaba en sus castillos, no mezclaba con los peluches, le hacía interactuar con los Playmobil, etc. Los abuelos le fueron enseñando a cuidarlo, a dejarlo vivir y que creciera, que más adelante podría jugar con el pollito, cuando éste se hiciera un poco mas grande  y más fuerte. “Pollito fue relegado a su espacio; cuidado,  alimentado y mirado con frecuencia. Empezaron a salirle sus primeras plumas, cinco o seis, blancas; se puso feo y destartalado, pero fuerte. Andaba suelto por la azotea y papá dejó de prestarle atención.


Un día, por accidente, papá casi lo aplastó con una puerta y nos dimos cuenta de que aquel pollito iba a tener una vida desgraciada y propusimos llevarlo al estanque del parque de María Luisa, en el que había patos, cisnes y otros animales y quedaba cerca de la guardería. Cada día podríamos ir a visitarle y así lo hicimos.


Íbamos al estanque casi diario, vimos crecer a “pollito”, le salieron muchas plumas  blancas. Le llevábamos comida de sobra, por si otros pollitos, más fuertes, le quitaban parte de la suya y así transcurrieron unos días, hasta que dejamos de verlo. 


Los días siguientes a su desaparición esperábamos inútilmente en la orilla a “pollito”, le dábamos la comida a un montón de patitos que acudían en cuanto llegábamos y un día, de repente, apareció ante nosotros. ¡Se había convertido en un cisne! que se acercó a la orilla y pareció saludarnos. Quedó quieto unos instantes en los que la mirada de papá y la suya se encontraron. ¡Saltó una chispa!. El cisne volvió con sus amigos y nosotros volvimos a casa.


Desde entonces en los sueños de papá hay un cisne. Aprendió mucho de él: la ternura, el respeto, la paciencia y el desapego. Espera encontrarlo algún día. Ese era su deseo. 


(Agosto 2022)


Dedicado a Ayan (*)

(*) El neoyorkino que lleva mi sangre.

 


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