Los niños sufren mucho, ni siquiera son conscientes de ello, pero constantemente viven experiencias emocionales a las que se enfrentan por primera vez, sin tener suficiente información en su mente acerca de las razones que provocan la situación que afrontan.
Su dolor es interior, se les mata el alma. Es más tarde, cuando establecen conexiones neuronales que ya están empañadas, cuando van encontrando a otros niños y niñas, cuando aprenden a hablar, cuando van elaborando ideas y relatos para identificarse a sí mismos, para crear "su propio personaje", que a menudo se confunde con la identidad, cuando se notan las secuelas.

En un aula tediosa, igual que las que al principio del XIX albergaban a los alumnos, porque la tecnología de la que gozan en sus casas no ha tenido acceso a las aulas, no se incluyen en el aprendizaje escolar. Al fondo un adulto tedioso y amenazante que explica cosas que no le importan a nadie de una forma imposible de comprender, cosas que no tienen nada que ver con el mundo imaginativo y de luces y colores que hay en el exterior... sentado en una silla, a medida de no se sabe quien, durante muchas horas.
¡Por fin! de un timbrazo avisan que la jornada ha terminado y vuelve a encontrarse en la puerta con papá, o con mamá. Está impaciente por hablar, por contarles lo que ha visto y soñado en tantas horas, está deseando darles un abrazo y expandirse hablando.... pero se da de narices con un móvil, esta vez es el que lleva mamá, o papá, pegado a la oreja, que tras un breve saludo, apenas un beso en la mejilla, echa a andar delante, a paso lento, cargando con la mochila, hablando con alguien al otro lado.... camino de casa... a "hacer los deberes"
Esos niños "no carecen de nada" pero tienen la mirada triste.